Panorama especial: La muerte de Chávez

Un resplandor que se apagó en el mundo

El hacedor. Un mural de homenaje en la ciudad de Rosario. (Foto: Vanesa Pacheco)
El hacedor. Un mural de homenaje en la ciudad de Rosario. (Foto: Vanesa Pacheco)

Por Nicolás Poggi, corresponsal de NOVA en Casa Rosada.

Por encima de los estilos, las decisiones coyunturales, los límites, algunas contradicciones, los avances y retrocesos, las alianzas y peleas efímeras, el agradecimiento popular, el discurso encendido, el orden geopolítico y el extenso debate por el populismo; más allá de los múltiples alcances del acontecimiento en sí mismo, lo que la muerte de Hugo Chávez evidencia con más peso que ningún otro factor es el cambio de época en América Latina. Hoy el nudo de la región es la confrontación de los estados nacionales con los poderes fácticos en esta zona históricamente “caliente”, como alguna la definió Ricardo Forster.

Fue trabajoso el avance de una concepción latinoamericanista de la política. Fruto acaso del azar o por el propio movimiento pendular de las democracias modernas -que cobijan en su seno los espacios de “centro derecha” y “centro izquierda”-, tras el fracaso del neoliberalismo surgieron en la región gobiernos que volvieron a discutir la distribución de la renta nacional y su ubicación en el mundo. El estallido social que se produjo en gran parte de los países de América Latina a fines del siglo pasado tiene su réplica en la Europa actual, que persiste con la religión del libre mercado. Gobiernos deslegitimados, manifestaciones multitudinarias, escalofriantes cifras de desocupación y ciudadanos que optan por el suicidio ante los desalojos: una película que América Latina ya vio al costo de sangre y fuego.

 

El ciclo que se inició con Chávez y continuó de la mano de Lula y Néstor Kirchner vino a rediscutir el rol del Estado en la economía, apostando por el fortalecimiento del mercado interno, la reindustrialización de la economía, la recuperación de recursos naturales estratégicos, el rechazo a las políticas impuestas por los intereses ajenos y la revalorización de la soberanía; todo en el marco de una región integrada, aunque sin dejar de lado los matices y las discusiones propias de cada país.

De ahí en más, gran parte de las naciones latinoamericanas se sumaron a ese coro, en un hecho a todas luces inédito. Lo expresó claramente el Partido de los Trabajadores brasileño cuando Sebastián Piñera le arrebató el poder a la Concertación: “Perdimos Chile, no podemos perder ningún país más”.

El pulso actual de América Latina está marcado por esta tensión entre los estados y los poderes establecidos, pilares de los gobiernos del libre mercado que avanzaron alineados a los países del Primer Mundo, mientras se acumulaban tras su paso hordas de excluidos. Uno de los ámbitos que más claramente expresa esa puja es el comunicacional: sin poder evitar las contradicciones y los evidentes manejos irregulares, los nuevos gobiernos latinoamericanos abrieron un frente de batalla con los grandes medios de comunicación privados, que son apenas los extremos de empresas multinacionales. Entendieron que, en sociedades mediatizadas como las actuales, los medios no actúan menos que como factores de poder. Chávez hizo de esa reyerta una marca identitaria. 

Plebiscitados en las urnas, reformistas de la Constitución, trovadores, difusores de lo autóctono, confrontativos, carismáticos, divisores de la sociedad, los líderes de este proceso latinoamericano fueron bautizados “populistas”, con sus respectivas mitades de biblioteca de detractores y defensores. Una definición que tiene menos de peyorativa que de limitada. En el medio, la contundencia de los hechos: la revitalización del Mercosur y el nacimiento de la Unasur y la Celac. El “no” al ALCA, la unión regional ante eventuales conflictos internos, el debate conjunto para proteger a América Latina de la crisis económica europea, la autoridad para dejar a Estados Unidos afuera de los asuntos domésticos. Esa fue la novedad de los bloques regionales, en cuyos movimientos de ajedrez Chávez fue una pieza clave. Se trató de la fundación de un nuevo sentido, un nuevo paradigma: mirar tierra adentro, aprender a valorar lo propio.

La supervivencia de esta identidad es lo que ahora está en juego. Con mayores o menores resultados, con distintos tonos y diferencias en algunas posiciones -el manejo de la deuda externa, por ejemplo-, los nuevos gobiernos de América Latina reconstruyeron el tejido social de sus países, con notables avances sociales y amplio reconocimiento de derechos en materia de salud, trabajo, vivienda y educación. Las masas se incorporaron trabajosamente al circuito de la economía, las clases populares mejoraron notablemente su calidad de vida. El mayor logro de esta etapa, eso que muchos podrán llamar “el legado”, fue sin embargo la creación de una nueva conciencia política, fundamental para defender esas conquistas.

El interrogante está abierto. Cuando este ciclo se termine -porque un día va a terminar, es el curso vital de la democracia- y la región vuelva a estar en mano de administraciones más conservadoras, volcadas a la “centro derecha”, las clases populares que se incorporaron al sistema tendrán el desafío de no resignar su participación en el nuevo orden. No por nada el propio Lula dijo en su mensaje de despedida que Venezuela “no puede retroceder”. Lo hizo un ex presidente respetado, venerado e imitado tanto por sectores de la derecha como del progresismo en América Latina y el mundo, y no resulta difícil imaginar el malestar que esas palabras habrán generado en los primeros. Meses antes, incluso, Lula había llamado a votar por el líder bolivariano.

En este cambio de época Hugo Chávez no sólo obró como un actor gravitante, sino que fue prácticamente el hacedor. La marea insondable de venezolanos que asisten a su funeral generó recogimiento hasta en sus más furibundos opositores. La potencia de los hechos tiene algo de inapelable. Acaso por ser contemporáneos no esté a nuestro alcance mensurar su impacto en la historia. Pero así como quien firma estas líneas debió estudiar en la universidad sobre Perón y Cárdenas, no hay ninguna duda de que dentro de 50 años los alumnos del futuro estudiarán también a Chávez.

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