Esto que pasa

Planes, conjeturas e interrogantes en el sciolismo

LA PLATA, Junio 17.-(Por Pepe Eliaschev) Tal vez sean ciertas muchas de las falencias políticas que se le endilgan. Incluso entre quienes no sólo no lo odian, sino que lo estiman, Daniel Scioli es acreedor de reclamos duros. Su peripecia política está virtualmente recubierta de imputaciones de blandura, insensibilidad, pecho frío, y alineamiento automático al poder. Scioli tiene, además, una limitación que él vive como ventaja.

Es un político que no habla con palabras sino con gestos o con fotos. Si bien es un meticuloso y hasta (se dice) obsesivo consumidor de encuestas y de medios, el gobernador de la provincia de Buenos Aires continúa proyectándose al país con hechos, más que palabras.

Lo que irrita al sciolismo es que le hagan zancadillas o quieran menoscabarlo por 'conservador'

Cerca de él piensan que acusarlo de tener una ideología diferente de la matriz pingüino-kirchnerista es una estupidez. Como dicen quienes hacen política a su lado y bajo su conducción, “no le pidan a Daniel que prefiera a Joaquín Sabina, a él le gusta Pimpinela”. Y agregan: “tampoco le pidan que lea o sepa quién es Antonio Gramsci, porque ni sabe ni le interesa saber que el italiano Gramsci, el más importante pensador marxista de la Europa previa a la derrota del Eje, es un autor adorado por los intelectuales de izquierda.

PERSISTENCIA

Sin embargo, y pese a la multiplicidad de objeciones y reparos que su figura y perfil suscitan en el oficialismo más virulento, el gobernador bonaerense exhibe una vitalidad política notable. Algunos lo describen como “ignífugo” por su presunta in-combustibilidad. Scioli está. No sólo no se arrepiente de haber sido hombre de Carlos Menem, sino que lo respeta y le guarda público reconocimiento.

Maltratado y ninguneado desde 2003, primero por Néstor Kirchner, de quien fue vicepresidente en las sombras hasta 2007, y luego por Cristina Fernández, Scioli no guarda cadáveres en el placcard. Y si los guarda, nadie los ha podido descubrir. En una época marcada por la conducción despótica y unipersonal instalada hace nueve años en la Casa Rosada, Scioli dialoga sin considerar enemigo a nadie, ni siquiera al comunicólogo Gabriel Mariotto, lo que es mucho decir. ¿Cuestión de estilos? Los que lo conocen a fondo dicen que sí con las palabras, pero no con los gestos. Cuando se menciona a Guillermo Fernández, uno de sus más estrechos colaboradores, se exalta “¡no se puede conducir políticamente al país a patadas por el culo!”.

No se va a disfrazar de patético anti-neoliberal, ni estigmatizador de la “década del ‘90”, como los Kirchner, que fueron menemistas explícitos hasta por lo menos 1996. “¡Que no nos vengan a dar cátedra de nacionalismo popular ellos, que aprobaron las privatizaciones de esa época y jamás salieron a criticar el indulto a las juntas militares que juzgó y condenó el gobierno de Alfonsín!” se encrespa otro de los paladines del sciolismo, palabra que ya suena y se usa entre los profetas del gobernador, a quien llaman “Daniel” a secas.

Lo que irrita al sciolismo es que le hagan zancadillas o quieran menoscabarlo por “conservador”, grupos que, proviniendo de las más tradicional y vetusta de las izquierdas, no resisten el examen de las urnas electorales. “Digámoslo sin vueltas, no nos pueden andar juzgando tipos que el 23 de octubre del año pasado no llegaron al 7% de los votos, cuando Daniel obtuvo el 55%” sueltan, sin filtro. Aluden a Martín Sabatella, el ex intendente de Morón, votado ese día por 501 mil bonaerenses (el 6.50%), mientras que por Scioli lo hicieron 4.2 millones, más del 55%.

Cristina Kirchner lo llevó esta semana a Sabatella a Nueva York en el Tango 01, junto a gobernadores leales a ella, pero al gobernador bonaerense esas invitaciones jamás se las hacen. Sin embargo, y pese al hecho de que por cada voto por Sabatella hubo casi nueve para Scioli, la Casa Rosada cobija a un no peronista que califica al gobernador peronista como “derechista”.

FRUSTRACION

En el sciolismo hiere y frustra que la Casa Rosada no acredite el apoyo que este gobierno provincial proporcionó a los Kirchner desde que asumió en La Plata. Alegan que en las paradas más bravas se jugaron por los Kirchner, como en la pelea contra el campo por la 125, la estatización de las AFJP, la toma de Aerolíneas Argentinas y la expropiación de YPF. “¡Hasta la ley de medios apoyamos, pero no nos pidan que andemos persiguiendo periodistas o satanizando medios!” explica y ruega una de las personas que Scioli escucha y con la que trabaja. Él está convencido de que es necesario legislar en serio para asegurar la diversidad y la pluralidad de los medios.

No avaló la compra de Multicanal por el Grupo Clarín, mientras que Kirchner firmó el permiso, recuerdan con malicia. Los sciolistas aclaran que no se manejan con los medios como lo hacen en Balcarce 50: “pautamos publicidad en todos los medios y lo seguiremos haciendo. No nos pidan que boicoteemos Expo-Agro porque vamos a seguir estando y apoyando”. Apoyar la mítica (y por ahora estéril) ley de medios, no significa para Scioli dejar de atender al periodismo o atacar a la prensa que lo critica.

Sacarle un titular a Scioli en una entrevista es una proeza casi imposible, pero eso es otro tema. Habrá que aprender a hacerle mejores preguntas y ganarle la apuesta, que permita sacarlo de su optimismo exultante y casi adolescente del que ha hecho una marca registrada. En el círculo más estrecho de Scioli no niegan que hay diferencias marcadas de cara al “progresismo cultural” que tanto seduce al cristinismo más ortodoxo, esa colección de reivindicaciones relacionadas con la vida personal (matrimonio homosexual, despenalización del consumo de cannabis, derecho a cambio de género y -en general- todo lo que alude a la cultura de la “nueva” familia). El sciolismo no se mofa de estas banderas, pero pide tolerancia para las objeciones de conciencia. Con la cuestión del aborto, por ejemplo, son taxativos: cada quien debe votar como le parezca, pero se debe respetar que en temas existenciales sensibles es imposible la disciplina stalinista.

Cuando Scioli dice que quiere ser presidente en 2015, pero que si Cristina se propone reformar la Constitución para aspirar a un tercer mandato, él la apoyaría, es porque sabe muy bien que, hoy al menos, ese proyecto es tan inviable como la re-re de Menem en 1996/1997. Se preguntan qué tiene de malo que Scioli aspire a presidir la Argentina tras dos mandatos como gobernador del mayor distrito argentino. ¿Hay algo más legítimo que la vocación política en democracia? Aseguran que en el actual mosaico social y demográfico del país, Scioli llega a lugares y a personas a las que Cristina no llega ni llegará. Admiten que, en cambio, ella impacta en sectores intelectualizados donde Scioli es un estigma, y ven en ella a la realizadora de las utopías revolucionarios de los años ’70.

También discrepa Scioli de un estilo de conducción que está en las antípodas del suyo. “No se puede gobernar oponiéndose a la oposición” murmuran en su entorno. Repudian, por las mismas razones, pretensiones de uniformidad disciplinada ajenas a la historia y praxis del peronismo de toda la vida. “Somos un movimiento lleno de diversidades y contradicciones, no puede haber una sola opinión, que no quieran ponernos cepos ideológicos” razonan. Scioli, al menos, no quiere reescribir su vida: estuvo con Menem, estuvo con Néstor, está con Cristina, quiere ser presidente de la Argentina, ¿qué tiene de extraño?

El sciolismo abomina de la excesiva concentración del poder en la toma de decisiones de Cristina y no alcanza a comprender por qué la Presidenta paga precios tan altos en cuestiones que deberían ser menos problemáticas si sólo se dignara a consensuar y a pedir consejos. Un dato revelador: al equipo que la semana anterior estuvo con el presidente José Mujica en Uruguay el viejo líder tupamaro los sedujo totalmente. Los peronistas argentinos que venían del país de Cristina se miraron entre ellos cuando el “Pepe” Mujica los recibió flanqueado por los opositores blancos y colorados. Dicen los que lo conocen, que el Gobernador contempló la escena “muerto” de envidia. Todo esto hace de Scioli una apuesta probable y expectante, pero no hay un desenlace seguro, aunque impresiona su, por ahora, perdurabilidad en el tiempo.(Fuente:EL DIA)

Comentarios